Introducción
El plano psicológico, al igual que el resto de áreas de la vida de las personas, se ha visto influenciado sobremanera por la COVID y las consecuencias derivadas de ésta tal y como indican numerosos estudios, entre otros, el llevado a cabo por la Universidad Nacional de Educación a Distancia («Impacto psicológico de la pandemia de COVID-19: Efectos negativos y positivos en población española asociados al periodo de confinamiento nacional» Sandin et Al. 2020).
A nivel psicológico y directamente relacionado con los cambios acontecidos en el transcurso de la enfermedad a nivel nacional, se ha pasado por diferentes etapas caracterizadas en un primer momento por repuntes en lo que respecta a sintomatología ansiosa tanto en mujeres como en hombres (28%/9.5%), principalmente en forma de alteraciones del sueño (30%/13.3%), preocupación o anticipaciones catastrofistas (34.7%/15.2%) y desesperanza (29.3/15.6%) entre la sintomatología más significativa; poco después ésta se hizo aún más evidente incluyendo entre sus muestras más perturbadoras los comportamientos compulsivos en cuanto a mantenimiento de higiene y comprobaciones de salud, dando a su vez la bienvenida a problemas de pareja y familia, a pesar de ser el indicador en ira e irritabilidad uno de los menos significativos (14.3/4.2%). Posteriormente la peor de las consecuencias, el fallecimiento, se hizo con la vida de todos bien sea a nivel personal o profesional. Es aquí donde el sufrimiento, la ausencia de elaboración de un duelo personalizado y la pesada mochila emocional causaron estragos, siendo un potente caldo de cultivo para desarrollar sintomatología depresiva en todas sus áreas (29.7/9.9%).
Pregunta clave:
¿Y qué va a pasar después de la pandemia del COVID-19?
Todo lo anterior desemboca después, con el inicio del desconfinamiento, es una nueva e imposibilitante sintomatología recogida bajo la etiqueta ”El Síndrome de la Cabaña”. Téngase en consideración que esta situación de confinamiento es totalmente inédita para todos. En los párrafos que siguen, se aporta una exposición con un nivel de detalle sumamente exhaustivo, para compendiar una marco teórico que permita entender dicho concepto.
Sobre el concepto
Puede que para muchas personas el estado de alarma, que dictó confinarnos en casa bajo cuarentena, comenzara como una enorme pesadilla. Incluso, muchas personas pueden haber experimentado intensos niveles de ansiedad esos primeros días y semanas. Curiosamente, esas mismas personas pueden estar hoy desarrollando lo que se está dando a conocer como “el síndrome de la cabaña”. Entendiendo la cabaña como nuestros hogares en estos momentos, resulta interesante conocer un poco más sobre este fenómeno psicológico, qué síntomas tiene, qué influye para desarrollarlo y qué hacer para aliviarlo.
El llamado a las comunidades a raíz de la pandemia del Covid-19, es quedarse en casa para evitar contagios, sin embargo, hay personas que deben volver a retomar un trabajo presencial paulatinamente. Para muchos, solo el hecho de pensar en esta situación, les ha llevado a desarrollar una serie de sintomatologías que les genera malestar a nivel global, ya que consideran una verdadera amenaza salir del hogar. Esto se conoce como Síndrome de la cabaña.
A muchas personas más que un alivio, volver a la calle después del confinamiento les supuso un tremendo esfuerzo, acompañado de sentimientos de ansiedad o tristeza entre otros. Esto es consecuencia de dicho concepto que previamente identificamos como «síndrome de la cabaña».
Trabajando la definición
Lo primero que debemos aclarar es que no estamos ante un trastorno, puesto que no aparece reconocido ni clasificado por los organismos internacionales pertinentes: la OMS (Organización Mundial de la Salud) o la APA (American Psyquiatric Association). Sin embargo, es interesante analizarlo, puesto que descubriremos en él problemas psicológicos y otras patologías.
El síndrome de la cabaña, también fiebre de la cabaña, se refiere a la angustiosa irritabilidad o inquietud claustrofóbica que se experimenta cuando una persona o un grupo queda atrapado en un lugar aislado o en un lugar cerrado, durante un período prolongado de tiempo, sintiéndose como en una «prisión».
De este modo el “Síndrome de la Cabaña” hace alusión al temor y vivencias desagradables que se activan en relación a la exposición real o mental a todo lo que suponga salir del contexto y de la situación estrictamente actual o de los últimos meses, optando así por la reclusión como forma de vida deseada ante la percepción de seguridad que conlleva.
Este sentimiento de ansiedad, es definido como un estado anímico mental y emocional que se ha observado en personas que han pasado un tiempo determinado en reclusión obligatoria. El problema y los síntomas aparecen cuando la persona tienen que volver a salir y enfrentarse a la situación exterior.
Hablamos de un concepto que está siendo empleado para describir la inquietud, el temor o el rechazo que muchas personas están sintiendo ante la llegada del desconfinamiento y sus diferentes fases. Su hogar, por pequeño (o incluso incómodo) que éste sea, ha supuesto estos meses un refugio para ellos. Su zona de confort se ha reducido aún más. Y por lo tanto el exterior se dibuja como un espacio en el que no están a salvo.
En cierto modo, podríamos pensar que es incluso “razonable” tener este tipo de sentimientos. En medio de una pandemia de proporciones desconocidas hasta el momento actual. Donde todavía existen muchísimas incertidumbres sobre el futuro más cercano. Y donde el peligro del contagio sigue vivo y coleando: sin duda no podemos relajarnos y no tomar las medidas de seguridad necesarias. Si nos arriesgamos a la exposición, las consecuencias ni siquiera puede que las paguemos nosotros, sino otras personas más vulnerables.
No obstante, esto no puede paralizar nuestra vida radicalmente. Poco a poco debemos retomar nuestra vida “normal” (o ir caminando hacia la denominada “nueva normalidad”). Poder gestionar la incertidumbre y e ir dando pequeños pasos, apoyándonos en las medidas de seguridad, para enfrentarnos al mundo exterior. Pero claro, por muy elocuente que sean estas frases, esto no es tan fácil para todo el mundo.
El miedo como detonante
Hablamos del “síndrome de la cabaña” cuando experimentamos miedo por salir a la calle. Miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de nuestra casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas como trabajar fuera de casa, coger medios de transporte público, relacionarnos con otras personas conocidas, etc.
El miedo o reticencia mostrada a salir a la calle, a contactar con personas fuera del núcleo familiar, a coger transporte púbico o a realizar distintas actividades que antes eran cotidianas, son síntomas que permiten contextualuzar el concepto “Síndrome de la Cabaña”. Éste se puede describir como el sentimiento de inseguridad, miedo o ansiedad asociado al abandono de nuestro refugio. Es importante subrayar que no se trata de un trastorno psicológico sino de una consecuencia que puede llegar a ser normal cuando pasamos mucho tiempo en casa.
El miedo es necesario puesto que garantiza nuestra supervivencia. Ante una amenaza real como es el coronavirus, es normal que sintamos temor, pero cuando éste es intenso, duradero e impide salir de casa, se convierte en un problema.
Si tienes miedo a salir de casa y ese miedo es casi un pánico puede que estés sufriendo el síndrome de la cabaña. Una persona con miedo a salir de casa, manifiesta estar bajo los efectos de este trastorno psicológico. El síndrome de la cabaña tiene un nombre llamativo y que se ha puesto de moda en relación a la crisis del Coronavirus. Este síndrome consiste en la aparición de un miedo intenso a cambiar de entorno tras un tiempo prolongado de encierro y aislamiento.
Las personas más afectadas son aquellas que viven este periodo solas, adultos mayores, personas que han tenido que hacer cuarentena por causa de haber sido diagnosticados por COVID-19 o que han tenido un caso cercano de alguien diagnosticado.
Hay que tener muy presente que, ante la actual situación, los síntomas que se pueden sentir no sólo están influenciados por el miedo a salir a la calle y poder contagiarse, sino también a la forma de afrontar situaciones sociales o espacios abiertos y a la sensación de pérdida de control en estos espacios.
El concepto en las páginas de la historia
El síndrome de la cabaña no es nada nuevo. Su origen se sitúa en el s XX, es derivado del término «cabin fever» (Síndrome de la cabaña), utilizado durante la época de los colonos. Empezó a mencionarse para describir un tipo de estado mental que también se conoce como "locura de pradera" o "locura de montaña", donde un médico notó algo particular en un grupo de personas cuando llegaban las épocas de primavera..
En esa época muchos colonos americanos se veían obligados a pasar largos periodos de tiempo en sus cabañas, sobre todo en invierno, llegando a experimentar síntomas depresivos, ansiedad y una sensación de enjaulamiento. Entonces, este médico se percató que existían personas que, a pesar de poder salir de sus hogares, preferían quedarse en sus casas y presentaban síntomas parecidos a los trastornos ansiosos o depresivos. Se habían acostumbrado tan bien al confinamiento que no querían salir de sus hogares, que representaba ese espacio seguro y de confort.
En aquellos días es cuando se vieron los primeros síntomas en cazadores y buscadores de oro, que pasaban meses enteros aislados en sus cabañas. Cuando tenían que volver a la vida en sociedad mostraban síntomas de desconfianza, agobio y miedo. La mente de estos cazadores estaba acostumbrada a espacios pequeños y muy controlados, ahí es donde sentían seguridad.
A pesar de haber adquirido tal relevancia a raíz de los últimos acontecimientos, dicho síndrome no es nuevo, sino que ha sido vinculado previamente a situaciones en las que una persona o colectivo social experimenta tal sintomatología tras estar mucho tiempo encerrados en determinado lugar sin acceso a nueva y diversa estimulación fuera del mismo. Por ejemplo, este síndrome ya ha dado nombre a reacciones de presidiarios ante su real o posible puesta en libertad; o a personas cuyas vidas han incluido grandes periodos aislados debido a una enfermedad.
Una persona puede experimentar el síndrome de la cabaña, en una situación en la que está aislada dentro de una casa de vacaciones en el campo, también cuando pasa largos períodos bajo el agua en un submarino, o cuando está aislada de la civilización. Durante el síndrome de la cabaña, una persona puede experimentar somnolencia o insomnio, desconfianza de cualquier persona con la que se encuentre, o sentir el impulso de salir, incluso en condiciones adversas como mal tiempo o visibilidad limitada. El concepto también se invoca con humor para indicar el simpleaburrimiento de estar solo en casa durante un período prolongado de tiempo.
El síndrome de la cabaña se ha detectado en personas que han pasado períodos de encierro en hospitales, cárceles o que han sido secuestradas. Además este estado mental aparece en personas que viven dentro de espacios estrechos, aislados o monótonos y están habituados a ello. El síndrome de la cabaña es un término muy reciente en el campo profesional de la psicología, pero que se ha estudiado en personas que han vivido privadas de su libertad como en pacientes que han pasado largas temporadas en habitaciones de hospital.
Desmitificando el concepto
Aclarando posibles mitos (muy comunes en la interpretación y significación de muchos conceptos, particularmente de la psicología), enfaticemos que este síndrome no es un trastorno psicológico, sino una reacción natural del organismo tras llevar más de 50 días de confinamiento. Tampoco es una enfermedad en sí misma, y no tiene prognosis. Sin embargo, los síntomas relacionados pueden llevar al paciente a tomar decisiones irracionales, las cuales potencialmente podrían amenazar su vida o la vida del grupo con el que está confinado. Algunos ejemplos serían el suicidio o la paranoia, o dejar la seguridad de una cabaña durante una terrible tormenta de nieve en la que uno podría quedar atrapado.
Es un error confundir el síndrome de la cabaña con un trastorno por agorafobia o fobia social. El síndrome de la cabaña es la forma de llamar a este tipo de fobia después de estar en un estado de encierre de manera obligatoria y la principal diferencia es que en el síndrome el temor que surge en la persona es por la información que se recibe día a día, lo que genera que aprenda a que estar afuera de casa es peligroso y poco seguro.
Es importante que no asociemos “El Síndrome de la Cabaña» a una enfermedad mental. Se habla de síndrome cuando una persona experimenta un conjunto de síntomas y reacciones tanto emocionales, como cognitivas y motoras tras determinada experiencia vital y a la que están íntimamente ligados.
¿Es un trastorno psiquiátrico?
Definitiva y rotundamente es un "No". Es importante remarcar que no se trata de un trastorno psicológico, por lo que no hay definición oficial sobre ello. Más bien hablamos de una consecuencia conocida, o incluso podría verse como “natural”, al hecho de pasar tanto tiempo confinados.
El síndrome de la cabaña no es una patología descrita en los libros de psiquiatría, es una nomenclatura para definir lo que experimentan algunas personas que después de estar mucho tiempo en casa sienten miedo de salir a la calle.
Se habla del síndrome de la cabaña para definir el conjunto de síntomas que sufres cuando sientes pánico a salir de casa y enfrentarte a un ambiente donde pueden aparecer situaciones que escapen a tu control. Puedes experimentar alteraciones tales como ansiedad, palpitaciones, que experimenta una persona al salir a la calle después de haber pasado tiempo en un espacio cerrado. No se considera, sin embargo, un trastorno. El síndrome puede evolucionar y en ultima instancia derivar en una agorafobia, es decir un miedo a estar en espacios abiertos.
Diferencias entre la agorafobia y el síndrome de la cabaña
Asimismo, algunos tienden a confundir este síndrome con otros trastornos, como la agorafobia (miedo a la exposición pública, especialmente en espacios amplios y generalmente saturados o masificados), con el que comparte síntomas como el miedo a abandonar la protección del hogar. “Lo que diferencia a ambos es que el síndrome de la cabaña es una reacción conductual y emocional intensa, pero no psicopatológica en sí misma, asociada a una situación real de descontrol fuera de la zona de seguridad (la cabaña), mientras que la agorafobia es un trastorno mental en el que la persona presenta un episodio de miedo o ansiedad intensa y desproporcionada ante situaciones que, por su propia naturaleza, no justifican esa respuesta (estar fuera de casa solo; yendo en coche o en el autobús, en espacios abiertos o en tiendas, haciendo cola…)”, explica Amable Cima.
Para la psicóloga clínica y coach Pilar Guerra, la diferencia más importante está en que, mientras que en la agorafobia el paciente desconoce el origen de este trastorno y es necesario mucho tiempo de trabajo psicoterapéutico para asociar la causa a este comportamiento, el síndrome de la cabaña se da de una manera reactiva ante una situación conocida e identificada, no sólo en el caso de la Covid, sino en otras situaciones en las que también puede producirse como el ingreso prolongado en los hospitales, en cárceles o en los secuestros, por ejemplo.
Otra diferencia radica en que la agorafobia es un trastorno de ansiedad y el síndrome de la cabaña podría considerarse un cuadro por acostumbramiento a espacios cerrados y/o reducidos, y no está, como tal, considerado como un trastorno de ansiedad, aunque los síntomas puedan llegar a confundirse. “Aun así, el síndrome de la cabaña puede cronificarse en un trastorno por agorafobia si no se maneja adecuadamente”, advierte la psicóloga.
A pesar de que la agorafobia se asimila mucho a este síndrome, la realidad es que no se trata del mismo trastorno.
La agorafobia es un tipo de trastorno de ansiedad en el que tienes miedo a lugares o situaciones que podrían causarte pánico y hacerte sentir atrapado, por lo que evitas este tipo de lugares o situaciones. Le temes a una situación real o anticipada, como usar el transporte público, estar en espacios abiertos o cerrados, hacer una fila o estar en una multitud.
La ansiedad de la agorafobia se produce a raíz del miedo a que no haya medios de escape o ayuda accesibles si se intensifica la ansiedad. La mayoría de las personas que sufren agorafobia la padecen después de tener uno o más ataques de pánico, lo que los hace preocuparse por volver a tener un ataque, así que evitan los lugares donde puede volver a suceder.
Así el síndrome de la cabaña no se trata de agorafobia, es decir miedo a salir a la calle o miedo a los espacios abiertos o a algunos espacios cerrados. Y tampoco es un nuevo trastorno. Lo que diferencia especialmente al síndrome de la cabaña de la agorafobia es la intensidad y gravedad de los síntomas así como las causas que desencadenan a uno u otro. Un síndrome es un conjunto de síntomas que suelen agruparse pero no forman un trastorno todavía. Así como la agorafobia si que es un trastorno. Un trastorno se define por ser un conjunto de síndromes que cumplen con las características de estar juntos en un tiempo y orden establecido. Pero es cierto que los síntomas son muy similares.
Un síntoma son un conjunto de elementos subjetivos, de señales percibidas únicamente por la persona.
Los síntomas de la agorafobia son
- Sentir temor de quedarse solo.
- Sentir miedo a estar en lugares donde el escape podría ser difícil.
- Sentir miedo a perder el control en un lugar público.
- Dependencia de otros.
- Sentimientos de separación o distanciamiento de los demás.
- Sentimientos de desesperanza.
- Temor a multitudes o esperar en una fila.-
- Temor a espacios cerrados, como cines, ascensores o tiendas pequeñas.-
- Temor a espacios abiertos, como calles transitadas, estacionamientos, puentes o trenes.- Usar el transporte público.-
- Temor o angustia significativos en el trabajo, situaciones sociales.
Síndrome de la Cabaña y agorafobia se diferencian fundamentalmente en que los agorafóbicos pueden presenta miedo a espacios abiertos y cerrados y los que presentan el síndrome de la cabaña no presentan miedo a espacios abiertos o cerrados sino miedo a salir de casa después de haber pasado un tiempo confinados y habituados a un espacio tranquilo y seguro. Se parecen en el temor y la ansiedad que aparecen frente al pensamiento de salir a la calle.
Los síntomas del Síndrome de la cabaña a continuación
Sintomatología
¿Cómo se desarrolla?
El síndrome de la cabaña suele aparecer tras una estancia prolongada en un lugar cerrado. Actualmente, como consecuencia de la situación de alarma sanitaria que estamos viviendo por el COVID-19, salimos a la calle simplemente para realizar las tareas más básicas y pasamos la mayor parte del día en casa.
Somos conocedores del riesgo real que supone exponernos a salir, es por ello que es normal que puedan surgir sentimientos de inseguridad o incertidumbre cada vez que tenemos que ir al supermercado. Sin embargo, lo que ocurre en muchos casos es que esta situación está siendo detonante de problemas como hipocondría, ansiedad, depresión…. Esto lleva a que asociemos la calle a peligro y percibamos nuestra casa (donde pasamos tanto tiempo) como el único lugar seguro, de forma que cada vez que cambiamos a un entorno fuera de casa, se genera un miedo incapacitante. Tras tantas semanas de confinamiento, nuestro cerebro se ha habituado a la seguridad de nuestro hogar.
El doctor Paul Rosenblatt, profesor emérito de Ciencia Social de la Familia de la Universidad de Minessota en Estados Unidos explicó a la BBC que realizó un estudio en los años 80 con habitantes de Minnesota, un estado rural de inviernos muy duros, para conocer cómo se relacionaban el concepto con sus experiencias. Entre la gente que sufrío el síndrome, no hay unanimidad sobre los síntomas específicos ni en qué orden aparecen, según Rosenblatt. Los más comunes es presentar una sensación de desasosiego, sentirse enjaulado, depresión, irritabilidad, soledad, intranquilidad, ansiedad impaciencia, aburrimiento y frustración.
Al salir del confinamiento, de la misma forma que se demostró con los habitantes del pueblo, muchas personas pudieron experimentar estas sensaciones. De esta forma, para evitar los efectos psicológicos de la reclusión, la previsión es fundamental. Se puede estar presentando los síntomas y no darles valor porque son leves al principio. Además si no existe una imperiosa necesidad de salir, acababan evitando hacerlo. Cada evitación aumenta la preocupación. Es mejor salir progresivamente a pesar del malestar o temor por cortos espacios de tiempo e ir habituándose a la nueva actualidad y así poder ir normalizando la situación poco a poco. Cualquier miedo debe ser enfrentado cuanto antes para que no se haga mayor.
Panorama de síntomas
Los síntomas que pueden presentar las personas es exactamente justo después de que se produce la posible libertad el miedo a salir palpitaciones pánico sudoración temblores incluso el deseo de no querer volver a salir nunca más y permanecer en el domicilio como lugar seguro.
Todos estos síntomas son compatibles con cualquier trastorno de ansiedad como la sudoración en las manos el corazón más rápido y miedo e inseguridad junto con ansiedad anticipatoria.
Este síndrome se puede presentar también en otras situaciones o circunstancias como en personas que se encuentran recluidos en su domicilio por una enfermedad.
Los rasgos característicos de las personas que pueden desarrollar este síndrome es muy variado, desde personas con ansiedad premórbida, es decir, antes del confinamiento, personas con dificultades para relacionarse a nivel social y también en personas con rasgos y con tendencia a la procrastinación, si bien estos últimos, aún, cumpliendo criterios no se diagnostica un síndrome de la cabaña.
En general, el “Síndrome de la Cabaña” conlleva una serie de síntomas compatibles con los que se encuentran en cualquier fobia o trastorno de ansiedad comúnmente conocidos por la mayoría de las personas. Seguidamente una compilación extraída de diferentes publicaciones de internet (fuentes identificadas en la bibliografía).
A nivel cognitivo:
- pensamientos catastrofistas vinculados a lo que se encuentra más allá de los límites del hogar
- preparación y anticipación de un posible plan de acción si ”algo malo ocurriese”
- pensamientos en bucle en lo que conlleva al máximo control tanto del entorno como las propias reacciones
- falta de concentración y empeoramiento de la memoria
- en general, deterioro cognitivo durante el confinamiento
A nivel conductual:
- soledad
- desesperación
- impaciencia
- irritabilidad
- desasosiego
- nerviosismo
- síntomas ansiosos y depresivos intensos
- frustración
- angustia
- temor
- disminución o falta de motivación
- tristeza o depresión
- problemas de concentración y déficit de memoria
- letargo
- excesivo miedo a retomar la rutina y las relaciones sociales.
A nivel fisiológico todas las respuestas vinculadas a la emoción de miedo:
- sensación de cansancio
- taquicardia o corazón acelerado
- sudoración
- somnolencia.
- siestas frecuentes
- antojos de alimentos.
- dificultad para despertarse
- respiración rápida y superficial
- hormigueo de extremidades como manos y pies
- nerviosismo generalizado
- irritabilidad
- Excesivo miedo a salir, retomar la rutina y relaciones sociales.
- gran esfuerzo a la hora de realizar tareas cotidianas.
- dificultades en la conciliación y mantenimiento del sueño, relacionadas con calidad y tiempo de sueño;
A nivel motor conductas
Conductas en las que prima la evitación y el escape de todos aquellos aspectos que probabilicen la aparición de dichas señales:
- no querer retomar una rutina laboral
- evitar el contacto social en las diferentes formas posibles a nivel presencial
- miedo a salir a la calle
- reestructurar el día a día (la compra, bajar la basura, pasear al perro, etc.) de forma que no conlleve salir a la calle
- cancelar planes previstos con meses de antelación
- falta de motivación: presencia de desgano, gran esfuerzo para realizar tareas cotidianas, sobre todo que impliquen salir al exterior.
En definitiva, organizar el total de nuestra vida actual y futura en relación al miedo, comenzando así a llevar a cabo una supervivencia más que una vida plena y cargada de significado a pesar de las circunstancias.
Salud mental
El síndrome de la cabaña es un trastorno no tipificado aún en el Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales, conocido como DSM-5 por sus siglas en inglés y número de edición, que usan los profesionales de la salud mental.
Sin embargo, algunos de sus síntomas como la depresión y el miedo de regresar al exterior sí se han presentado en algunos casos durante el aislamiento social, explica Ana Georgina Palma Bermúdez coordinadora del área de psicología de la unidad de neurociencias de Neurometrics.
“Lo que recomiendo es ir encontrando nuestros tiempos, saliendo de a poco hasta donde nosotros nos sintamos capaces. Se debe empezar a afrontar este miedo porque si no, nos controla e incapacita”, señala la especialista en salud mental.
El primer paso para superar estos síntomas es compartirlos con un profesional para obtener la ayuda adecuada.
“A nivel emocional es importante que nos podamos expresar: hay mucha gente viviendo duelos o situaciones muy fuertes. ¿Qué podemos hacer? Expresar lo que sentimos, darle un espacio para que estas emociones, quizás dolorosas, no nos ahoguen”, dice Palma.
Salud física
Si antes de la pandemia no solías hacer ejercicio o tener alguna actividad física de fuerza o aeróbica, no esperes más.
“Cualquier momento es bueno para hacer deporte”, enfatiza Emilio Frech, director del Instituto de Rehabilitación Física del Hospital Zambrano Hellion de TecSalud, quien recomienda incluso empezar por algo simple como subir y bajar escaleras.
¿Hay algo que puedas hacer desde casa?
Otras opciones sencillas que pueden mejorar nuestra salud física, tanto en cuarentena como una vez que nos incorporemos a la nueva normalidad, son:
La Organización Mundial de la Salud (OMS) tiene un apartado para mantener la salud física y mental en la que promueve esas actividades. También, recomienda levantarse y cambiar de posición cada 30 minutos en caso de estar trabajando desde casa.
Causas
La base del mismo se encuentra en el miedo y la reacción automática del ser humano ante la presencia del mismo: sobrevivir. Inicialmente y como punto de partida se haya el miedo a contraer la enfermedad, siendo un miedo completamente adaptativo en cuanto a que nos mantiene alerta para continuar llevando a cabo conductas mantenedoras de salud. No obstante, éste se convierte en un miedo desadaptativo en dos direcciones:
2 Por otro, en cuanto a la generalización de este miedo inicial a la enfermedad hacia otros estímulos como el exponernos al contacto social, a aspectos que impliquen tomar distancia con el hogar como pueden ser viajes o desplazamientos, así como a retomar el contacto con aspectos que previo a la pandemia (o situación motivadora del encierro) ya conllevaban una importante carga emocional.
No obstante, ambos aspectos se encuentran vinculados a una misma variable: el confinamiento. El hogar no sólo nos ha amparado de un aspecto del que debíamos protegernos, sino que ha servido temporalmente de «fuerte» en el que refugiarnos de aquellas vivencias que ya suponían cierta carga estresante. La medida adoptada en pro de la prevención ha servido de escudo a algunas personas que, ahora, al haber experimentado en primera persona la disminución de estas respuestas desagradables en un determinado contexto, han encontrado un estilo de vida más «cómodo» en el que las emociones desagradables y el esfuerzo por continuar adelante no tienen cabida.
Principales afectados
Se suele dar en personas que viven solas o que tienen poco contacto con el exterior, además no es exclusivo de esta época, cualquier persona es vulnerable de padecer este síndrome en cualquier momento.
Cualquier persona es vulnerable de padecer este síndrome, pero es un hecho que hay determinados colectivos con más probabilidades:
- Personas que ya padecen alguna patología de salud mental: esta situación puede agravar la sintomatología que lleve asociada su enfermedad.
- Personas pertenecientes a grupos de riesgo, ya que la insistencia en tener especial cuidado al salir de casa puede incrementar el sentimiento de miedo.
- Aquellos que han pasado el confinamiento solas: a nivel psicológico no es fácil, y si además lo has pasado aislado, puede aumentar el sentimiento de vulnerabilidad. Esto es porque de alguna forma se han desacostumbrado al contacto tal y como lo conocíamos hasta ahora.
¿Afecta también a los niños?
Los niños y adolescentes se encuentran en el mismo foco que toda la información anterior, tanto a nivel de causas y disparadores como a nivel de sintomatología. No obstante, existen determinadas diferencias.
El miedo a volver a la normalidad se ha vuelto una preocupación para muchos padres pero también para los más pequeños… ¿Cómo superarlo?
Ni los más pequeños se libran del miedo que supone para muchos recuperar las rutinas previas al estado de alarma y la pandemia. En estos momentos que se empiezan a dar las primeras fases de desescalada, el miedo a volver a la normalidad se hace latente entre todos y suele aparecer el conocido como “Síndrome de la Cabaña”.
“El Síndrome de la Cabaña” se manifiesta en el miedo que existe a contraer la enfermedad si se vuelve a la normalidad. Es un miedo completamente normal y adaptativo del que nuestros pequeños no están exentos. Además, surge miedo a distanciarnos del hogar, retomar el contacto social y conlleva una gran carga emocional. Tenemos que tener en cuenta que los niños han convertido su casa en su zona de confort, segura y libre de peligros y para ellos, la vuelta a la normalidad puede ser un trastorno.
En lo que respecta a las causas, se observa mayor predisposición al miedo desadaptativo en pequeños que previamente padecían ciertas fobias o miedos limitantes, así como en aquellos que han sufrido de cerca las consecuencias más duras de la COVID. Por otro lado y como en todo lo que conlleve aspectos del comportamiento infantil, la forma de vivenciar la desescalada por parte de sus figuras de referencia será fundamental, siendo sus verbalizaciones, actos y vivencias emocionales determinantes como modelos del menor.
En lo que respecta a la forma de exteriorizarlo prima la irritabilidad, nerviosismo generalizado, falta de concentración, conductas negativistas y desafiantes, así como retroceso en determinados hitos ya adquiridos, entre otros, el control de esfínteres o el colecho.
¿Cómo podemos ayudar a los más peques?
- No obligarlos a salir a la calle de golpe, sino ir poco a poco. Podemos empezar por bajar al portal y, poco a poco, ir alejándonos de casa.
- Instaurar nuevas rutinas. El paseo siempre a la misma hora, comprar algo rico para merendar y gestionar los pensamientos negativos para convertirlos en positivos.
- Preguntarles a los niños por sus temores e intentar calmarlos. Debemos darles la información necesaria, ajustada a su edad, intentando desmontar esos temores. Tenemos que hacer pedagogía y explicarles cuáles son las medidas de seguridad de una forma sencilla y amena.
Si el miedo a salir persiste o es demasiado elevado, es aconsejable acudir a profesionales de la psicología infantil para tratarlo.
Consecuencias a medio y largo plazo
Sin lugar a dudas, el mantener un tipo de vida en el cual dejamos de ser los dueños de la misma para ceder todos los pequeños y grandes pasos vitales al miedo, conlleva una serie de restricciones generadoras de malestar. El miedo percibirá el mundo a su manera, como fuente de peligro, por lo que responderá de la misma forma: sobrevivir es el fin.
Cuando hablamos de supervivencia o de las posibles respuestas al miedo encontramos tres: lucha, huida o evitación. Todas ellas conllevan el aislamiento, el cese de apertura a la experiencia, la disminución de la curiosidad y exploración, la limitación vivencial en todas sus formas. De esta forma y al adoptar un estilo de vida carente de todo significado fuera de “los deberes” y obligaciones vitales, nos limitaremos a funcionar sin inclusión alguna de aspectos reforzantes, de aspectos que sumen y “hagan vibrar”.
Tal es así que, a medio y largo plazo, todo lo anterior detonará en un importante malestar generalizado, con una visión negativa del mundo, de terceros y de uno mismo, así como un estado de ánimo cargado de melancolía, incapacidad de disfrutar y agotamiento tanto físico como mental. Se corre el riesgo de pasar a una nueva emoción nuclear: la tristeza y posible estado depresivo.
La persona que padece o ha padecido el síndrome de la cabaña presentará una muesca en su recuerdo. Es probable que estas personas se planteen riesgos en los que hasta ahora no habían tenido reparado. No obstante el futuro respecto al síndrome de la cabaña es alentador. Ya verás como tendrás nuevamente un deseo acrecentado de viajar sin temor a contagios, en el momento en que se levante la cuarentena de forma global.
Terapia
Una terapia para el síndrome de la cabaña es tan simple como salir e interactuar directamente con la naturaleza. Las investigaciones han demostrado que incluso las interacciones breves con la naturaleza pueden promover un mejor funcionamiento cognitivo, apoyar un estado de ánimo positivo y un bienestar general. Escapar del confinamiento del interior y cambiar de paisaje y entorno puede ayudar fácilmente a una persona que experimenta fiebre de cabina a superar su manía. Salir para experimentar la apertura del mundo estimula el cerebro y el cuerpo lo suficiente, como para eliminar los sentimientos de intensa claustrofobia, paranoia e inquietud asociados con el síndrome de la cabaña.
Hay poca evidencia de que quienes padecen el síndrome de la cabaña hayan acudido a terapeutas o consejeros para recibir tratamiento; la mayoría de los pacientes simplemente comentan sus síntomas con familiares o amigos como una forma de lidiar con los sentimientos de soledad y aburrimiento. Sin embargo, hay casos de síndrome de la cabaña que se diagnostican como depresión de la temporada invernal o trastorno afectivo estacional (TAE).
Todo lo que implique la emoción de miedo conlleva la exposición paulatina al mismo de forma que se dé pie a un aprendizaje nuevo en el que vivenciar lo inofensivos que son los aspectos temidos. Para ello, se ha de tener en cuenta dos aspectos fundamentales:
2 Realizar aproximaciones de forma paulatina y creciente, comenzando con acciones sutiles para, poco a poco, ir incrementando la intensidad, duración y frecuencia.
A su vez, será determinante el aprender a conciliar las emociones, agradables y desagradables, como compañeros de viaje y compañeros de vida. La sociedad y la propia historia de aprendizaje personal castiga las vivencias desagradables tanto emocionales como cognitivas, ofreciendo numerosos espacios y recursos para combatir las mismas, invirtiendo un valioso tiempo y energía en algo prácticamente imposible. En lugar de invertirlo en aquello que nos suma y nos hace crecer, con o sin vivencias desagradables. Lo importante no es eliminar el miedo, la rabia o cualquiera que sea la emoción que nos perturba, sino aprender a sentirlo y gestionarlo sin que suponga un bloqueo u “obstáculo” en el camino.
El síndrome de la cabaña en este caso siempre tendrá un abordaje psicoterapéutico.
En todo momento tenemos que intentar que no se produzcan conductas evitativas que posterguen o retrasen en el comienzo de la salida del domicilio, tanto en adultos como en menores. El tratamiento tiene que ser como cualquier fobia de manera progresiva, no hay que obligar a la persona a que salga de casa.
Se tienen que fijar objetivos el día anterior a la salida cómo: bajar al portal varias veces al día, desplazarse al día siguiente unos metros lejos del domicilio, todo ello sin forzar en ningún momento ni intentar alejarse más de lo planeado el día anterior.
La exposición es parte de esta terapia cognitivo conductual, es fundamental para poder desensibilizarse de los síntomas de ansiedad que aparecen el momento de enfrentarse al estímulo que produce la fobia.
En estas semanas tras el inicio de la famosa “desescalada” es el momento de abordar el síndrome de la cabaña para evitar una cronificación de esta ansiedad y respuesta fóbica a salir a la calle, porque si retrasamos y comenzamos con conductas evitativas, en unos meses pudiera realmente provocar un trastorno más grave cómo es el trastorno de agorafobia.
Desde el punto de vista psiquiátrico y psicológico es completamente normal que podamos padecer estos miedos al principio del desconocimiento, es completamente lógico que tengamos inseguridad pues la situación que nos rodea es problemática a nivel sanitario. Es razonable que nos de temor, es prudente e inteligente sentirnos un poco inseguros al principio.
Por todo ello no dude en consultar no tenga reparo en decir los miedos que está teniendo, pues todo es dentro de un marco normal y nunca creemos que se encuentra en un ambiente exagerado patológico.
El síndrome de la cabaña se suele resolver fácilmente si el confinamiento no ha sido mayor de 6 o 9 meses.
¿Cuánto tiempo puede pasar hasta que me desaparezcan los síntomas?
Puede durar poco y solo afectar a las primeras salidas o mucho y afectar a todo el periodo de la desescalada quedándose de alguna forma incorporado en una parte de la psique de la persona que lo presenta.
Será poco si se detecta a tiempo, si se interviene sobre el antes de que los síntomas se engrosen, entonces, es fácil superarlo. Simplemente con una pauta progresiva de exposición al malestar que aparece frente a las salidas mientras se trata de normalizar la situación. Otra pauta es salir poco a poco, de forma progresiva, mientras se van aumentado los periodos en que se permanece fuera del lugar seguro. Si se detectas tarde, cuando los síntomas del síndrome de la cabaña se han visto amplificados se mantendrá un mayor periodo de tiempo. El autentico problema aparece cuando escuchas a los síntomas y te dejas llevar por ellos. En ese momento los síntomas se amplifican y la situación puede llegar a convertirse en un autentico problema de agorafobia.
Es cierto que el detonante puede ser el aislamiento pero depende especialmente de las condiciones de este como tamaño de la casa, tipo de iluminación, tipo de rutinas monótonas o falta de rutina, la falta de motivaciones, el tipo de climatología. También se ha encontrado mayor incidencia en personas confinadas en casa con niños pequeños, por enfermedad o estar a cargo de una persona enferma o discapacitada.
¿Podré viajar o siempre me quedara este miedo?
Puede afectar mucho o poco y ello depende de cada persona. Hay muchas personas que a pesar del síndrome seguirán deseando viajar porque su motivación a descubrir nuevos lugares compensa su malestar. Eso lo podemos observar con el símil a la fobia a volar, hay mucha gente con miedo a volar que sigue viajando porque prefiere soportar su miedo a dejar de viajar. No obstante hay otro grupo de personas que se dejarán arrastrar por el temor y decidirán permanecer en un entorno seguro.
El síndrome de la cabaña postcovid-19 esta destinado a desaparecer en la mayor parte de personas después de la desescalada. Lo mejor es detectarlo e intervenir sobre el cuando los síntomas aun son leves.
Añadir que en este momento donde no se conocen bien las circunstancias particulares de cada región o país respecto a la evolución del COVID-19 puede observarse una repercusión en las programaciones de viajes. El síndrome de la cabaña afecta a todo lo que tiene que ver con salir de casa en un ambiente nuevo, si tu región o país te parece inseguro mas te lo parecen el resto. Los viajes pueden verse amplificados en el caso que viajes a lugares que van mas avanzados que la propia región o país en el proceso de contagios y vuelta a la normalidad, como seria el caso de Canarias.
Cualquier generador de ansiedad o estrés puede acrecentar cualquier miedo que existía o se encontraba latente. El miedo a volar es un miedo que puede aparecer en cualquier momento del ser humano. Es posible que el síndrome de la cabaña pueda afectar a algunas personas desarrollando su miedo a volar o acrecentándolo. Conforme se normalicen las salidas lo mas probable es que el síndrome de la cabaña vaya desapareciendo, especialmente si el riesgo al contagio por COVID-19 disminuye.
En la cultura popular
El concepto de síndrome de la cabaña se utilizó como tema en la novela Crimen y castigo de Fyodor Dostoievski de 1866, la película de Chaplin de 1925 La fiebre del oro, la novela de Stefan Zweig de 1948 El juego real, la película de terror de 1980 El resplandor, el episodio de Los Simpson «La montaña de la locura», y el videojuego de 2010 Alan Wake. La película de terror psicológico de 2019 El faro narra la historia de dos fareros que comienzan a perder la cordura cuando una tormenta los deja varados en la isla remota donde están apostados.
En el confinamiento por la COVID-19
En los meses de marzo a mayo de 2021, se ha hablado del síndrome de la cabaña en referencia reacciones emocionales derivadas del confinamiento por la pandemia de COVID-19 en España, y de las circunstancias derivadas de tener que estar recluidos en casa durante un periodo largo tiempo al que las personas no estaban acostumbradas. Como consecuencia de ello y de las medidas adoptadas, se ha podido generar en algunas personas un acostumbramiento a no salir de casa y considerar su hogar como el único lugar seguro. Y aunque se hayan suavizado las restricciones iniciales, sin embargo sienten inseguridad en salir a la calle.
En este sentido, los especialistas recalcan que este estado no se considera una patología como tal, y las recomendaciones que sugieren para que no se convierta en un problema es la de ser realistas sobre el riesgo de salir a la calle, sin maximizarlo como si una persona fuera a contagiarse irremediablemente si sale de su casa.
La novedad, el hastío y la zona de confort
Según los expertos, para entender mejor esta situación hay que echar un poco la vista atrás y procesar los acontecimientos más recientes. “Ante la noticia del confinamiento, entramos en una situación de shock, sin tiempo a elaborar lo que estaba sucediendo. Después, durante los primeros días, funcionamos de forma automatizada, incluso con mucha sobreactuación, con cientos de actividades online, decenas de videollamadas, etc. Vivíamos en lo que se podría llamar síndrome pre-cabaña, ya que el hogar era el único sitio donde nos dijeron que estaríamos seguros. Así, conforme pasaron los días, nuestra casa pasó de ser una cárcel a transformarse en refugio y una zona de confort”, comenta Pilar Guerra, para quien es lógico que ahora a muchas personas les cueste desandar todo este proceso y que ello les produzca ansiedad.
Junto a este reajuste existencial impuesto por la pandemia, ha habido circunstancias añadidas que han contribuido a aumentar el malestar asociado a este síndrome. Entre ellas, Amable Cima destaca la sobreinformación “y, también, algunos mensajes poco claros o contradictorios (por ejemplo, respecto al uso de las mascarillas) transmitidos a la población. Ello dio lugar a la aparición de respuestas de miedo, tensión nerviosa o angustia, que en muchos casos han ido tomando forma de episodios depresivo-ansioso (ansiedad, miedos inespecíficos, tristeza vital), de mayor o menor intensidad según los antecedentes y las circunstancias personales”.
Esta relación sobreinformación-ansiedad ha quedado avalada por una investigación reciente de la Universidad de California en Irvine (Estados Unidos), cuyos resultados, publicados en la revista Health Psychology (de la Asociación Americana de Psicología) demuestran que el consumo excesivo de noticias sobre la Covid-19 puede aumentar la sensación de riesgo para la salud (inhibiendo las ganas de salir a la calle), alterar el estado anímico (según el estudio, durante las primeras semanas del confinamiento, los estadounidenses que manifestaron sentirse más deprimidos fueron aquellos que habían pasado más tiempo expuestos a informaciones sobre el virus) y elevar los niveles de estrés, favoreciendo, además, que estas secuelas en la salud mental se mantengan en el tiempo.
Otro factor clave en las personas que están sufriendo este síndrome es, según Amable Cima, la “duda permanente”, es decir, el no tener aún del todo claro cómo es el contagio, cómo puede evitarse y qué acciones generales se están llevando a cabo para prevenirlo, ahora y en los próximos meses: “En el fondo, este es el aspecto que más favorece la reticencia a abandonar el confinamiento y refuerza el encastillamiento en el domicilio, con la intención, en definitiva, de evitar contagiarse. Y también es lo que está detrás de otros comportamientos como salir sólo a horas muy tempranas o muy tardías, cuando hay menos gente por la calle; desinfectar todo, sea lo que sea, empleando para ello proporciones de productos próximas a la toxicidad por inhalación, o justificar la decisión de quedarse en casa con cualquier tipo de excusa”.
Gestionar la “nueva realidad”: la mejor terapia anti-ansiedad
Los expertos coinciden en que la mejor forma de afrontar el malestar que produce este síndrome es, por un lado, no perder de vista que se trata de una respuesta lógica –y puntual- a la situación que hemos vivido y, por otro, aprender a adaptarse a la nueva realidad que se perfila de cara a los próximos meses.
“El punto de partida debe ser disponer de información real, rigurosa, contrastada y ofrecida por personas de total confianza (familiar, médico del centro de salud o el responsable político de turno, la cuestión es que inspire confianza)”, dice Amable Cima.
Para Jesús Matos, es imprescindible aprender a manejar la incertidumbre, una capacidad que tiene mucho que ver con disfrutar de unos niveles altos de bienestar psicológico: “La vida es pura incertidumbre, lo que ocurre es que tratamos de controlar todos los aspectos, cuando lo cierto es que nuestra capacidad para influir en la realidad es mucho más baja de lo que pensamos (como ha demostrado la situación que hemos vivido). Es importante tener esto en cuenta e invertir tiempo y esfuerzo en desarrollar la capacidad de regulación emocional para tolerar mejor la incertidumbre y aprender a vivir con ella”.
En la misma línea, Pilar Guerra incide en la necesidad de tener claro por qué es normal sentirse desubicado en un contexto como el actual: “Todo tiene un sentido: el esfuerzo que todos hemos hecho para adaptarnos al confinamiento ha sido muy intenso. Ahora, hay que cambiar de contexto, lo que requiere también cambiar de registro, y cambiar de registro exige habilidades de afrontamiento, que a su vez precisan de tiempo y nuevos aprendizajes”.
Perfiles más vulnerables a la “desaceleración emocional”
Según Pilar Guerra, el síndrome de la cabaña se está produciendo de forma más o menos generalizada: “Se trata de un conjunto de emociones, sentimientos, pensamientos y conductas observados en casi la totalidad de la población. Ahora bien, dentro de este síndrome, hay personas con mayor vulnerabilidad, por contar con rasgos de personalidad previos o presentar determinados síntomas”. La experta explica cuáles son:
-
Trastornos por hipocondria y psicosomatización: “En estas personas, la vulnerabilidad ante el temor al contagio es mayor, por lo que van a manifestar más actitudes y reacciones de evitación al salir a la calle, por ejemplo”.
-
Personas con fobias en relación con los espacios, que previamente padecían claustrofobia, agorafobia, etc. “Son más resistentes a normalizarse, ya que su conducta previa antes del confinamiento ya estaba alterada”.
-
Personas con síntomas de fobia social o conducta asociales: “De igual manera, van a tener muchas más dificultades a la hora de normalizar sus rutinas y socializarse”.
-
Personas con edad avanzada: “Este colectivo ha estado privado de sus hábitos diarios, como hacer ejercicio, andar, pasear… Ahora se han deshabituado, y volver a retomar el ritmo está siendo para ellos complicado”.
“Como en casa, en ningún sitio”
No sólo es el miedo al contagio lo que hace que a muchas personas les cueste retomar la normalidad; algunas, para su sorpresa, han descubierto durante el confinamiento que se encuentran muy a gusto en sus casas o se han dado cuenta de que su vida anterior (caracterizada por las prisas y por jornadas fuera del hogar) no les satisfacía del todo y, por ello, cuando empezó la desescalada, optaron por prolongar el “modo confinamiento”. Para Jesús Matos, el hecho de estar cómodos en casa y que nos apetezca menos salir no tiene por qué convertirse en un problema ni considerarse algo patológico, “siempre y cuando no se deje de lado ningún área de nuestra vida y que la decisión de permanecer en casa se deba a nuestras apetencias reales y no a miedos infundados”.
Sin embargo, el psicólogo apunta que “no hay que olvidar que el ser humano es un animal social, y necesita establecer lazos afectivos. Si nos privamos de dicho apoyo social durante mucho tiempo, es normal que nuestros estados emocionales se vean afectados. Por tanto, y como decía Aristóteles, en el punto medio está la virtud”.
Bibliografía consultada:
https://www.mundopsicologos.com
https://cuidateplus.marca.com/
Complementaria: